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Cuestiones colaterales

La política nacional se ha sumido en el escapismo. De ello da idea la forma en que están planteando las elecciones locales. Todo gira en torno a cuestiones que no atañen al objeto fundamental que se dilucida en mayo. Si alguien tiene alguna propuesta sobre la gestión de los ayuntamientos, de las provincias o de las autonomías (donde toca) se la calla, la dice con la boca pequeña o la subsume en fórmulas estereotipadas (“todo por los barrios”, “más zonas verdes”, “estamos con la gente”, “muy cerca de ti”).

La política se ha ido de lo que toca –la gestión local- y vuela sobre asuntos que son importantes por otros conceptos, pero que para estas elecciones son colaterales. Estamos desubicados porque a los partidos les puede el gusto por sus cosas, que no tienen que ver con las bagatelas de lo local. Es como si hubiesen perdido la noción de las prioridades colectivas.

A juzgar por la atención mediática y política, los asuntos que parecen dilucidarse en estas elecciones son, por este orden: quién sucederá a Zapatero, qué partido ganará las elecciones generales del año que viene y cuántos candidatos imputados y/o acusados figuran en las listas. Todo lo demás parece sobrar.

Las crónicas electorales se centran en las luchas internas del PSOE. Lo primero que narran es el entusiasmo con el que los militantes-pelotas han gritado en el mitin “Presidente, Presidente”, cuando brotan Rubalcaba, Chacón o el mismísimo ZP. Como no cambien el sonsonete la ciudadanía les cogerá grima. Si algún domingo de éstos le gritan “Presidente, Presidente” a Tomás Gómez, Leire Pajín o Pepiño Blanco (cosas más raras se han visto) toda la campaña giraría en torno a la buena nueva, incluso en la hipótesis, poco verosímil, de que algún candidato se haya desgañitado presentando el programa municipal del siglo (o sea: sin decir todo el rato que quiere un desarrollo sostenible, que ama a los barrios y que a él le preocupan los problemas reales de la gente).

Nuestra política, monotemática e incapaz de pensar en dos cosas a la vez, gira en torno a las elecciones generales, quién llegará a la Moncloa, si Rajoy –a la tercera la vencida- o el nuevo que unja el PSOE. Al día de hoy las encuestas no informan sobre qué pasará en las elecciones locales –cuestión considerada de orden menor-, sino cómo va el tour de force de cara a las generales de 2012. Lo importante es cuánto ha subido el PSOE gracias a la renuncia de Zapatero: lo gracioso es que los socialistas lo consideran un éxito. Las encuestas sobre las elecciones de dentro de mes y medio quedan en la letra pequeña y no llegan a los titulares. Lo local no es una cuestión de Estado y queda para disfrute de los políticos de tercera o meritorios, como antes se conformaba de monaguillo o sacristán el que no le daba para obispo o gentilhombre de palacio.

Cuando se conozca el resultado de estas elecciones, lo importante no será si Castilla La Mancha o Sevilla caen del lado del PP o del PSOE, sino la distancia que sale entre los dos partidos. En la perspectiva mediática, las elecciones vienen a ser una especie de encuesta que informa sobre qué pasará en las elecciones generales del año que viene. Si proporcionan margen para que el PSOE se recupere –todavía le queda la posibilidad de que ZP renuncie a la secretaría general para otro salto hacia arriba-: se analizarán en función de esa única variable.

Metidos en ese carril, la tercera cuestión de la campaña que arrastramos tiene que ver con la corrupción. Los partidos están demostrando su incapacidad de atajarla y hasta de planteárselo como objetivo prioritario. Es problema fundamental y nadie dice nada de cómo vamos a acabar con ella. Así que acusan a los demás de llevar imputados en las listas. Sobre los que aportan ellos cae el manto de la indulgencia. En casos resulta razonable, pues la eliminación política del adversario por la mera imputación podría convertir esto en un patio inquisitorial –aún más- sobre el que se lanzarían acusaciones sin ton ni son, por si el juez no es muy avispado y cuela.

Sin embargo, la autocomprensión se convierte en indignación con los imputados ajenos. La inocencia se presume a los propios y, lo peor, se aplica también en casos en los que no casa, cuando hay evidencias y acusaciones que, al margen del destino judicial que tenga, no encaja con una actuación política normal.

Lo peor es esa imagen por la que tiende a suponerse que los electores son una especie de jurado o de tribunal supremo, de modo que un buen resultado electoral les redimirá del pecado y lo hará sin penitencia. Desde este punto de vista estas elecciones parecen un juego para saber qué imputados serán indultados. Lo presentarán así y seguirán riendo, pues una nota rara de los imputados que van en listas es que salen riendo en las fotos, como en el colmo de la dicha, sin que sepamos de qué se ríen.

La política española se coagula, pues pierde liquidez y solidifica sin cambiar de estado: hace costra. Para salir de ésta –y de la losa según la cual los españoles consideran que los políticos son el tercer problema más grave- a los partidos no se les ocurre otra que esos esquemas pueriles según los cuales ellos son la honestidad, eficacia y compromiso hechos políticos y los demás una caterva de impresentables. Al infantilismo de creerse los mejores unen el de creer que toda la ciudadanía lo ve así. Si no, sería incomprensible el desparpajo con el que anuncian al universo mundo la suerte que tenemos al contar con los políticos perfectos. Si no se preocupan por las cuestiones locales es porque están llamados a más altos destinos y no pueden distraerse en menudencias.

Publicado en El Correo.

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elecciones, pp, psoe, zp

Por Manuel Montero

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