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Discos silenciosos, oídos atentos

 

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Reconozco que tal vez este blog preste demasiada atención a los discos silenciosos. Normalmente se trata de 4’33’’, la composición de John Cage en la que no suena ni una sola nota: me apasionan sus interpretaciones en directo (sobre todo, por la tensión que implica sobreponerse a la tentación de apretar una tecla, pulsar una cuerda, hacer algún ruido) pero también me interesan sus versiones grabadas, esos discos en los que solo está registrado algún sonido ambiental no intencionado (y a veces ni eso, porque se trata de puro silencio digital). A lo mejor a ustedes les entra mucha risa con este asunto, y lo entiendo, porque a mí también me pasa: ante 4’33’’ me debato entre el choteo, el desconcierto, la fascinación y el interés teórico. Caramba, ayer mismo volví a citarla en una introducción al noise que publiqué en el periódico, como referente ineludible para la idea de que todo ruido puede ser contemplado como música, aunque para mí lo más sugestivo de todo esto es cómo cambia la manera de escuchar cuando el silencio es activo, cuando hay alguien no tocando o un disco no sonando.

Pero hoy no vamos a hablar de 4’33’’, sino de una prima suya, aunque los responsables rechazan que tenga nada que ver con la pieza de Cage más allá de la (evidente) similitud formal. Me refiero a Silent Meditation, un nuevo elepé silencioso pensado para acompañar sesiones de meditación. El proyecto merece atención por varias razones, entre las que destaca el gracejo de sus promotores a la hora de explicarlo. Eric Antonov y su hijo Ben pusieron en marcha un crowdfunding después de que Ben se comprase en un mercadillo un disco de meditación grabado en los 70, que no respondió a sus expectativas: las voces que guiaban al oyente hacia la paz mental solo lograban apartarle de ese camino. «Pensé sobre ello con seriedad y entonces me di cuenta de que solo quería silencio. Quería un disco que crease espacio. Me imaginé poniéndolo y escuchando la primera cara: durante esos veinte minutos, docenas de pensamientos aparecerían y desaparecerían. Cada escucha sería totalmente diferente, una sorpresa», argumenta el padre. Así se le ocurrió Silent Meditation, un acompañamiento silencioso para meditaciones de veinte minutos, alrededor de quince si se opta por reproducirlo a 45 revoluciones por minuto.

«Nota: no hace falta un tocadiscos para disfrutarlo plenamente. Técnicamente, ni siquiera hace falta el disco», dice Eric, que es un tipo con mucho sentido del humor. «Dicho eso, el silencio es un territorio valioso que se explora pocas veces. Es sorprendente, a veces aterrador, y a menudo lo evitamos. Este disco puede ser un espejo para verte a ti mismo o una nueva ventana al mundo», añade, además de negar específicamente la cercanía a 4’33’’: «La composición de Cage era música y él quería incluir todos los sonidos en esa definición. Esto no es música, ni ha habido ningún músico implicado en esta grabación. Este silencio es muy diferente, es una invitación a observar tu experiencia y una herramienta para hacerlo». El objetivo del crowdfunding era recaudar 600 dólares, pero la suma final bordeó los 6.000, para que vean la demanda que tienen los discos silenciosos: si alguien está interesado y se le pasó, puede conseguir el disco (en vinilo traslúcido) en tiendas online como Norman Records. Y, después, darse el lujo de reproducirlo a volumen brutal sin temor a los vecinos.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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