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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Nunca en domingo

 

Es conocido lo que escribió Kafka en su diario el día que estalló la Primera Guerra Mundial: que se iba a la piscina. En un día tan dramático como ayer, los griegos optaron por irse a la playa. Porque el día sería dramático, y en Bruselas regular, pero desde luego en Atenas salió uno estupendo. A pesar de los topicazos que se oyen sobre Grecia se ha descuidado bastante el cine. Y ahí está ‘Nunca en domingo’, un éxito mundial de 1960, de Jules Dassin, con una guapísima Melina Mercouri. Es la historia de una puta del Pireo que no es para nada desgraciada, sino muy alegre, y que trabaja todos los días menos el domingo, que es sólo para divertirse. Trasladado a la situación política actual, y que se perdone la expresión, digamos que a los griegos nadie les puede joder el domingo. Quizá en Bruselas estén pensando en eso, en echarles de Europa y tal vez esta semana Grecia se hunda, pero no este domingo. Al menos quedan los placeres de la vida, y eso no se lo pueden quitar.

Fotis, un señor de 57 años, pregunta repantingado en una tumbona: “¿Qué me importa a mí lo que piense un finlandés?”. Y no cualquier finlandés, sino los Verdaderos Finlandeses, el partido ultraconservador que empuja a su país a echar a Grecia de la UE. ¿Dónde están al menos los falsos finlandeses cuando se les necesita? Fotis deja caer, como con desdén, una frase definitiva: “Ya ves, es el país con más suicidios de Europa”. Viene a decir que los finlandeses no saben vivir, no como los griegos, y qué vas a esperar de gente así. Este es el famoso abismo cultural entre norte y sur que se notaba ayer en la UE.

En realidad Finlandia no es el primer país de la lista de suicidios, antes están Letonia y Lituania, pero para el caso es lo mismo, los tres están entre los más duros con Atenas en las negociaciones. La crisis, no obstante, ha disparado los suicidios un 35% en Grecia desde 2010. En esto la austeridad sí parece que está dando grandes pasos hacia la cohesión europea.

Por la mañana en Atenas sólo había inmigrantes y turistas. Algunos equipos de televisión se desesperaban porque desde la redacción les pedían imágenes de gente en los cajeros y tensión en los bancos. Pero no había. Es el clásico problema de plantearse los problemas desde el pueblo de uno, como pasa en España, que ya están metiendo a Grecia en la campaña electoral. Como si tuviera algo que ver. Así nacen luego las incomprensiones y en la UE cada uno va a lo suyo.

Yendo al tranvía de la playa desde los barrios alejados del centro sólo se ven paquistaníes, bengalíes, chinos. Matando el rato en su día libre, o con sus tiendas abiertas, las únicas. Un paquistaní de Metaxourgio te corta el pelo y te afeita por cinco euros. En torno al mercado central hay más animación, es una zona de comercios de inmigrantes. Los únicos griegos son toxicómanos, tirados en los soportales. Durante la crisis la heroína ha vuelto con fuerza a Atenas. Los paquistaníes de la calle Sofokleus cuentan que los neonazis de Amanecer Dorado últimamente no van por allí a darles palizas. Pero están preocupados por lo que pueda ocurrir si la situación degenera. Con el orgullo nacional herido suele pasar. Y Grecia, pese a la playa del domingo, no es tanto mediterránea como balcánica, se suele olvidar.

Cerca de Monastiraki se ve ya a los turistas tomando capuchinos. Si Grecia sale del euro sólo podrá agarrarse a esto: turismo y exportaciones. Pero suponen el 18% y el 32% de su economía respectivamente, poco para sostener el país. Los sacrificios de estos cinco años siguen sin ser suficientes: han recortado gastos y subido impuestos en una cantidad equivalente al 30% del PIB, según el analista Ian Bremmer, y han mandado a casa 267.000 funcionarios. Ahora quedan unos 685.000. Pero parece que no basta.

El protagonista de ‘Nunca en domingo’ era un estadounidense obsesionado con el orden que intentaba redimir a la chica porque veía en ella un símbolo de la decadencia de Grecia. Le salía mal. Es más, el actor, que era el director, se casó con la actriz y se quedó a vivir en Atenas. Mercouri llegó a ser ministra de Cultura y cuando le dieron a Atlanta los Juegos Olímpicos de 1996 dijo con desprecio: “Han preferido la Coca Cola al Partenón”. Son muy suyos.

En la plaza Syntagma, cerca de la parada del tranvía, un anciano sentado en la acera, en calcetines, mete minúsculas bolitas de colores en un hilo. Tarda muchísimo en meter cada una. Son collares que vendía a un euro. El tranvía sale justo enfrente del Parlamento. “No, hoy no es gratis, mañana sí”, aclara la vendedora de billetes. Cuesta 1,60. El domingo es un día serio en Grecia, las medidas excepcionales del corralito, como el transporte gratuito, son para el resto de la semana.

Al mar se llega en media hora y luego hay otra media a lo largo de las playas. Se alternan zonas populares, donde se come el bocata, con clubes de tenis y puertos deportivos con yates y veleros. Según el plan de ajuste de Tsipras, las embarcaciones de más de cinco metros pagarán una tasa de lujo, así que muchos estarán ahora con la cinta métrica. También quiere hacer pagar, por fin, a los armadores, la oligarquía dueña de la primera flota del mundo y que no paga impuestos. Pero amenazan con irse a Chipre o Singapur. Son los del tranvía los que pagan.

Parada en Marina Alimou para preguntar un poco. “Nos hemos rendido, este es un plan peor que el del referéndum y ahora nos piden más, ¿quieren o no quieren humillarnos?”, se pregunta Christos, universitario. “¿Desconfianza? Claro que la hay, pero porque tienen un prejuicio ideológico con Tsipras. Para ellos es un peligroso comunista y quieren aplastarle, castigarle para que aprendan los demás. Ha cometido errores, pero desde el principio han ido a por él, sin ceder en nada. Esto ya no es sobre Europa o las reglas, es guerra política a gran escala”, sentencia. Precisa que no votó a Tsipras. Luego se va a bañar, porque se ha calentado.

Lo cierto es que nada más bajar del tranvía se oyen pajaritos y cigarras, huele a pinos y corre la brisa, la angustia de la crisis se evapora. Después de 36 estaciones, en Asklipio Voulas, fin de trayecto. Si uno se deja llevar por la masa, que es lo normal en este momento, acaba en el Beach Bar, un garito de moda. ¿Qué hay al final de este largo camino del tranvía? Un fiestón a reventar de gente con música a todo volumen. Chicas en bikini que se hacen selfis y tipos musculosos que miran sus móviles. La caña, 4,50 euros. El gin-tonic, 7 en vaso de plástico. Aquí la crisis no existe. En el horizonte sólo se divisan siluetas de islas. Dentro de cada país europeo pasa como en Europa: cada vez ocurre más que pobres y ricos, según les haya tocado o no la crisis, forman dos mundos más distantes que no se conocen, no se tocan y no se comprenden.

Por la tarde en el tranvía de regreso el clima es distinto. Los niños duermen sin saber, ni falta que hace, que ese futuro tan negro de Grecia es suyo. Sus padres tienen los ojos medio cerrados de cansancio y la mirada perdida. Saben que al día siguiente es lunes. Al volver a Syntagma el viejecito sigue en el mismo sitio tras pasar el domingo metiendo bolitas.

 

La canción, que aún se oye en las calles de Atenas, ganó el Óscar a la mejor música y canción original.

Melina Mercouri fue premiada como mejor actriz en el festival de Cannes.

 

(Publicado en El Correo)

 

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