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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Tsipras cede en casi todo

 

El salto mortal con pirueta de Alexis Tsipras le ha dejado más o menos donde estaba, pero con el mérito de haberse ganado a su público, o al menos eso espera, y que le reconozcan su valor. En el referéndum del pasado domingo un 61% de los votantes griegos dijo ‘no’ al plan de ayuda de los acreedores que estaba sobre la mesa a finales de junio. Tsipras prometió negociar uno mejor, tener un acuerdo en 48 horas y reabrir los bancos. Las tres cosas han resultado falsas: el nuevo plan enviado a Bruselas poco antes de la medianoche del jueves es más o menos igual para los griegos, con enormes ajustes por 12.000 millones en dos años, ha transcurrido ya una semana agónica a la espera de la jornada decisiva de hoy y los bancos siguen cerrados. Les queda dinero hasta el lunes y, aunque haya acuerdo, no está nada claro que vayan a abrir. Y aún así ahora es el mejor escenario posible para Grecia. Y aunque parezca mentira, mejor para Tsipras de lo que era antes del referéndum.

Si hay acuerdo, Grecia obtendrá su tercer plan de rescate en cinco años. Unos 50.000 millones en tres años, que se sumarán a los 240.000 ya recibidos. Pero el otro cálculo que hace Tsipras es que cada uno de ellos, con sus duras medidas de austeridad, ha significado la caída de un gobierno heleno. El de 2010 hundió al Ejecutivo socialista de Papandreu y el de 2012, al conservador de Samaras. El primer ministro de Syriza, coalición de extrema izquierda, quiere sobrevivir y romper esa regla. Su baza es que ha peleado hasta el borde del abismo, que no ha tenido mas remedio y que al menos no se ha bajado los pantalones a la primera.

El único caramelo dentro de esta amarga medicina que puede exhibir ante los griegos, y al ala dura de su partido que le atosiga, es una próxima reestructuración de la deuda, ya cerca de un 180%, con nuevos plazos e intereses, pues esta semana se ha fraguado un tímido consenso inicial sobre ello. A partir de ahora, si finalmente la UE firma, empezará la particular batalla de Tsipras contra su desgaste político interno, porque la cruda verdad es, como se preveía, que se presentan nuevos años de austeridad. Su primer reto es vender este plan a los que dijieron ‘no’ tras montar el gran número del referéndum. Si esto lo hubiera hecho uno de los Gobiernos anteriores Atenas probablemente ya estaría en llamas. Y aún no debe descartarse.

Número arriba, número abajo, los 20 folios de la propuesta griega, aceptan o se acercan mucho a la mayor parte de las últimas indicaciones europeas. Contempla subidas de IVA e impuestos, aunque menos recortes de gasto de lo que se prefiere en Bruselas. Algunas concesiones cruciales de Tsipras: el fin del 30% de descuento del IVA en las islas a partir de octubre, una medida que favorecía el turismo en lugares como Mikonos o Santorini, aunque las más remotas aún mantendrán ventajas; la campaña de privatizaciones que había bloqueado, como los puertos del Pireo y Salónica, los aeropuertos regionales y la zona de la vieja terminal de Atenas, aunque sigue dejando fuera el coloso eléctrico DEI, línea roja del núcleo duro de Syriza; se mantiene la impopular tasa sobre inmuebles durante 2016; suben los impuestos societarios del 26 al 28% y se gravan los bienes de lujo, como una tasa sobre los yates que asciende del 10% al 13%. También, por fin, aumenta la fiscalidad sobre los armadores, con un incremento del impuesto sobre el tonelaje de los buques.

El Ejecutivo griego, que asegura un nuevo impulso contra la corrupción y la evasión fiscal, ha intentado mantener posiciones en otros capítulos delicados. La cuestión laboral, por ejemplo, quedaría aplazada al otoño. Tsipras aún quiere cumplir su promesa electoral de abolir los despidos colectivos, aprobados por el anterior Gobierno de Samaras, y restaurar los contratos nacionales. También pretende subir el salario mínimo a 751 euros. Otro dossier complicado para el líder heleno es recortar en Defensa. Es el presupuesto más alto de la UE, un 2,4%, por su histórica tensión con Turquía, pero ahí es donde le tiene agarrado por la solapa su anómalo socio, el partido ultraconservador Griegos Independientes, que le garantiza la mayoría parlamentaria. La UE pedía un tijeretazo de 400 millones, pero Tsipras ha reculado incluso de su última oferta: sólo ha llegado a 100 este año y 200 el que viene.

La principal batalla, sin duda, son las pensiones, el punto más conflictivo a nivel social y el más atacado por los acreedores, la Comisión, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Grecia es el país europeo que mayor porcentaje de su PIB destina a esta partida, un 16,2%, seguida de Italia y Francia. En España, por ejemplo, es un 11,8%. Holanda es la última, con un 6,9%. Lo que ocurre es que en el desastre económico es la principal fuente de ingresos para la mitad de los hogares griegos y el 45% de las pensiones están por debajo del umbral de pobreza, 665 euros. Atenas ya las ha recortado un 30% de media desde 2009 y ha eliminado muchos de los absurdos privilegios que había consentido en el pasado. Pero al final ha aceptado todo lo que estaba en la mesa antes del referéndum, aunque no ha hecho más cesiones: suprimir las últimas prejubilaciones y otros suplementos, congelar las pensiones hasta 2021 y retrasar la edad de retirada hasta los 67 años en 2022. Ahora es de 63 para los hombres y 59 para las mujeres. La UE pretendía un recorte total del 1% del PIB en este apartado y Grecia lo asumirá a partir de 2016.

En total, el plan es peor que los 8.000 millones de ajustes que el Gobierno griego había previsto para este año y el que viene. La razón es que la economía ha empeorado. Pensaban crecer un 0,5% y ahora temen una recesión del 3%. Es otro efecto perverso de estos cinco meses de incertidumbre y, como puntilla, de estas dos semanas, de momento, de corralito.

 

Tsipras logra aplacar a los duros, pero Vaorufakis se las pira

La desorientación, la desilusión y la resignación de gran parte del pueblo griego eran patentes ayer en la plaza de Syntagma, situada frente al Parlamento y centro de las celebraciones del domingo por el triunfo del ‘no’ en el referéndum. Ayer había una manifestación convocada por los votantes de aquel ‘no’ que fue algo desangelada, pues ya tiene otro significado: ahora les venden casi el mismo paquete en otro envoltorio y les piden un ‘sí’. Era un lío, porque esta gente quiere seguir en Europa pero el ‘no’ se asociaba ayer inevitablemente con un rechazo al nuevo plan del Gobierno que, a esa hora, se sometía a la aprobación del Parlamento. Para colmo al mismo tiempo confluyeron en la plaza otras dos protestas, de comunistas y sindicatos y siglas de extrema izquierda, que sí están en contra de todo acuerdo e incluso quieren salir del euro. Cayó la noche y la muchedumbre esperaba a última hora de ayer el desenlace sin que el descontento se hubiera traducido en incidentes. El referéndum también ha sido una suerte de desahogo final, una catarsis nacional que ha dejado a todo el mundo muy cansado, rendido a lo que sea. Si Tsipras lo hizo por eso parece que le ha salido muy bien.

El Parlamento debatía anoche el vía libre para que el Gobierno griego negocie su propuesta en Bruselas. Era un gesto de seriedad muy conveniente para la jornada decisiva de hoy y, a la espera de una votación de madrugada, se daba por hecho, pues tanto los dos partidos del Gobierno como casi toda la oposición confirmaron su apoyo. Durante la sesión el nuevo ministro de Finanzas, Euclides Tsakalotos, defendió que el último plan es mejor que el rechazado en el referéndum. “Muchas de la demandas griegas van a ser aceptadas”, aseguró, y entre ellas citó una aspiración helena: que 27.000 millones de euros de bonos griegos del Banco Central Europeo (BCE) puedan pasar al fondo de ayuda del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES). Tsakalotos también sostuvo que los ajustes “se repartirán de forma más equitativa”.

El primer ministro, Alexis Tsipras, debía lidiar ayer con la misma confusión de la calle dentro de su partido, la coalición de extrema izquierda Syriza, donde el ala más radical está muy revuelta con el nuevo plan. Sabedor de este malestar, Tsipras obtuvo el lunes un pacto de unidad nacional con casi toda la oposición, salvo los neonazis de Amanecer Dorado y los comunistas, para no tener sustos en el Parlamento. Pero, naturalmente, desea reducir al mínimo la disidencia interna. Por eso reunió ayer a sus parlamentarios a las ocho de la mañana para cerrar filas. “O seguimos todos juntos o nos vamos todos juntos, no tengo la intención de ser jefe de un Gobierno técnico”, advirtió ante el riesgo de una crisis del Ejecutivo por divisiones internas. “Tenemos un mandato para arrancar un acuerdo mejor, no para sacar a Grecia del euro”.

Al menos tres diputados de Syriza, según medios griegos, se negaban anoche a apoyar el plan, pero el resto asumió la disciplina de voto. El ala dura, que aglutina a unos 40 diputados de un total de 149, en un hemiciclo de 300 escaños, lo asumió de forma pragmática, por el momento: “Votamos a favor de delegar en el Gobierno, no del plan en sí”. Hubo una ausencia más muy significativa: el hasta ahora ministro de Finanzas, el controvertido Yanis Varoufakis, anunció que no asistiría a la votación por “motivos familiares”. Sin embargo fue cazado por los fotógrafos en el ferry de la isla de Aegina, donde tiene una casa. Al final el plan fue aprobado, pero fallaron 17 diputados de Syriza: 8 abstenciones, 2 votos en contra y 7 ausencias.

Lo que debe de pensar Varoufakis y lo que se piensa en el núcleo duro de Syriza está claro, lo dijo ayer su líder, el ministro de Energía, Panayotis Lafazanis: “El plan no está en línea con nuestro programa y no ofrece ninguna perspectiva para la economía. El ‘no’ del pueblo en el referéndum no puede traducirse en un ‘sí’ humillante”. La batalla interna del partido de Tsipras queda aplazada hasta la aprobación definitiva del plan, si hoy recibe el visto bueno del resto de la UE, y anuncia las graves tensiones que pueden sacudir en breve el Gobierno griego. Con el riesgo de elecciones anticipadas, aunque los sondeos vuelven a dar como claro ganador a Tsipras. En todo caso, más caos en el horizonte en Grecia.

(Publicado en El Correo)

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