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César Coca

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Ningún fin de semana sin música: Sonata en si menor de Liszt

Para comenzar agosto, he decidido proponerles una obra gigantesca: la Sonata de Liszt, una partitura de media hora de duración que se interpreta sin interrupción y que lleva al límite a los pianistas en numerosos momentos, hasta el punto de que en el año de su estreno, 1854, fue considerada la más difícil jamás escrita para el instrumento. Luego ha habido otras que se han apropiado de ese título, algunas de ellas concebidas más o menos expresamente para poner aún más dificultades a los intérpretes que aquella, como Islamey de Balakirev o Gaspard de la nuit de Ravel.

Liszt era un pianista extraordinario que, además de una técnica casi sobrehumana, tenía una capacidad de comunicación con el público como quizá nadie nunca antes había poseído. A su manera, y seguramente compartiendo el puesto con Paganini, fue el creador del fenómeno fan, y fueron innumerables los conciertos en los que suscitó una pasión descontrolada entre quienes lo escuchaban, sobre todo entre la damas.

La sonata es una obra compleja, que no sigue la estructura habitual del género. En el momento de su estreno fue acogida con opiniones muy diversas. Wagner la elogió. Clara Schumann, esposa de Robert (a quien está dedicada, dos años antes de la muerte de este compositor, cuando ya su mente había perdido contacto con la realidad), la consideraba una sucesión de ruidos. Brahms se durmió durante la interpretación del propio Liszt en el estreno (tenía 20 años, quizá estaba cansado por haber trasnochado). Hoy sorprenden las críticas. La Sonata es una pieza maravillosa, llena de ideas sorprendentes, con momentos de enorme lirismo y arrebatos de pasión que exigen una energía desbordante de quien se atreva con ella.

Les dejo la versión de Khatia Buniatishvili. Viendo y escuchando su interpretación no parece que a ella le falte esa energía. Disfruten.