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Ignacio Tylko

Caipiroska

Pido perdón

Mural pintado junto al campo de Maracaná. / Afp/ TOPSHOTS Two men look out of a door in a wall decorated with a football mural on June 18, 2014 outside the Maracana Stadium in Rio de Janeiro during the 2014 FIFA Football World Cup. AFP PHOTO / GABRIEL BOUYS
Mural pintado junto al campo de Maracaná. / Afp

Mural pintado junto al campo de Maracaná. / Afp

No hay excusas pero las exigencias del periodismo moderno del aquí te pillo, aquí te mato, y la necesidad de escribir a veces sin tiempo para una reflexión y un análisis sesudos, te hacen cometer con frecuencia errores de los que luego te arrepientes si tienes un mínimo de ética y deontología profesional, una asignatura que en mis tiempos se estudiaba a fondo en la Universidad Complutense, la pública, y que igual se ha ido perdiendo valor a tenor de lo que a diario se lee, se escucha y se ve. Pero eso es harina de otro costal y uno no está aquí para impartir lecciones de nada y a nadie.  Bastante tiene con sobrevivir dignamente y hacer autocrítica.
Si en una primera comparación rápida entre mi primera percepción de este Mundial y el anterior en Sudáfrica escribí un artículo concluyente, titulado de las ‘vuvuzelas a las pistolas’, después de diez días por Brasil me siento en la obligación moral de rectificar y concluir que al ambiente por aquí es extraordinario. Comprendan que uno aterrizó en Sao Paulo un domingo, que al salir al anochecer las calles estaban desiertas en el barrio residencial y repleto de hospitales donde me hospedaba, y que el taxista que me llevó del aeropuerto al hotel me alertó de que no entrase en los bares porque podrían entrar bandidos con pistolas para atracarte o secuestrarte.
Preso de la curiosidad, desoí aquel consejo bienintencionado y entré una cantina para saciar el apetito y la sed, por supuesto sin ordenador portátil, sin móvil, sin credencial, sin tarjetas de crédito y con el dinero justo en el bolsillo. Desde luego que el ambiente no era el más recomendable para un turista o un enviado especial, insisto ya de noche y en día festivo.
Pedí una cerveza -por Brasil las sirven habitualmente en botellas de cristal de 600 ml- y un plato de frango (pollo), y me senté junto a una mesita para observar con atención. Crucé miradas cómplices con diversas personas muy humildes pero con un sobrepeso brutal por la desequilibrada alimentación que me sobrecogió. Pasé algo de miedo por la desconfianza, pero nadie se metió conmigo. Esa sensación no la había sufrido nada más llegar hace cuatro años a Sandton, un barrio rico de Johannesburgo. Allí, por reminiscencias racistas frente a las que ya no pudo luchar más Nelson Mandela, los ricos y los pobres, los negros y los blancos, viven más separados y no tan mezclados como en Brasil. Hay guetos.
Pero comenzó el Mundial, pasaron los días, me trasladé a Río de Janeiro y por aquí sólo hay fiesta, jarana, crisol de culturas y una atmósfera genial, por ejemplo, en la inmensa ‘fun fest’ que tiene montada la FIFA en plena playa de Copacabana. Aficionados de todos los países, sobre todo argentinos y chilenos, al margen claro está de brasileños, construyen una Torre de Babel inolvidable. Se intercambian bromas, ironías y chanzas futboleras, pero hasta ahora siempre en buena armonía.
Es cierto que la vigilancia policial es enorme y que no conviene perderse mucho buscando zonas poco concurridas, como tampoco es muy recomendable hacerlo en nuestro país, pero los brasileños hacen gala de una hospitalidad extraordinaria. Buena gente, encantadora, acogedora, servicial, amable y atenta. Pobre muchas veces en lo material, pero inmensa de espíritu. Y nada que ver, por cierto, los miles de hinchas argentinos que me he cruzado con la fama, ganada a pulso, de los ‘barras bravas’.
Mucho cuidado con los estereotipos porque quizá el país con más chorizos por metro cuadrado sea España.  Atracadores encorbatados y de todo rango. Calles sucias, aceras rotas y llenas de agujeros, y gentuza que arroja los paquetes de tabaco vacíos al suelo o rompe los cristales de las botellas. Y a ver quién es el valiente que se pone la camiseta del Barça y pasea por Madrid, o viceversa, sin recibir alguna amenaza o improperio. Ya saben aquello tan español de ver la paja en el ojo ajeno…

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