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Manu Alvarez

Bank Notes

Las empresas vascas también pueden morir de éxito


El pasado viernes se conoció la venta de la empresa vasca Guascor a la multinacional norteamericana Dresser-Rand. Guascor, que a principios de la década de los 90 estaba prácticamente al borde de la liquidación, es una empresa de éxito. Fabrica grandes motores marinos, que son también utilizados en la producción de energía eléctrica, especialmente en zonas de difícil acceso. Algo que en España es difícil de imaginar pero que en el Amazonas, por ejemplo, es manita de santo.

El esquema es algo que comienza a resultar tópico. Empresa de tamaño mediano o grande; controlada por un empresario individual o un grupo familiar; que adquiere un desarrollo fulgurante y una presencia internacional destacada. Y zas, se vende. Pasa a manos de otra compañía, habitualmente mucho más grande, con intereses más globales y también más alejados del País Vasco.

Da igual la cantidad pagada por las empresas. En este caso, además, me atrevo a decir que el principal accionista de Guascor, el empresario alavés Joseba Grajales, se merece el premio. Entre la empresa hundida que cogió en sus brazos y la que ahora suelta hay muchas dosis de esfuerzo, riesgo financiero personal y sobre todo, lo más difícil, ideas y empuje para ponerlas en marcha. Se pongan como se pongan los que venden, en este y otros casos similares que no es necesario detallar, el riesgo de enfermar para una empresa es directamente proporcional a la distancia que media entre su edificio y el que alberga el cuartel general de la compañía. Lo mismo sucede con los proveedores locales. Y si no, que se lo pregunten a quienes eran proveedores de Endesa, que han visto reducida notablemente su actividad para ser sustituidos, “misteriosamente”, por otras firmas italianas.

Un paréntesis, porque no me puedo reprimir. El viernes, tras conocerse la venta, Guascor distribuyó un documento a modo de argumentario positivo de la operación. El primer párrafo es impresionante. Delibes, de levantar la cabeza, volvería a reposar en su tumba con sólo leerlo una vez. Decía así: “La transacción que hoy ve la luz pública, supone el fortalecimiento sinérgico hacia el liderazgo mundial en la provisión de energía de alto valor añadido en soluciones para aplicaciones de los sistemas de potencia y compresión a la infraestructura energética desde una óptica sostenible basada en las nuevas fuentes de las soluciones medio ambientales y de las nuevas energías”. Textual. ¡¡Toma goma, Jeroma!! Y…me arriesgaría a decir que esa pluma….. me suena… Pero dejémoslo ahí.

Volvamos al tema. Creo, sinceramente, que esta venta es mala para el País Vasco. Si me equivoco, mejor para todos. La solución, dentro de algunos años. Quizá este país ha maltratado un poco o un mucho a los grandes empresarios, les ha hecho la vida incómoda y, además, lejos de reconocerles las ideas y el esfuerzo, les mira con indisimulada envidia malsana. Y ellos venden, se alejan o se van del todo.


En el despacho del presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, hay un pequeño letrero en un portarretratos, escrito en inglés. El mensaje es contundente: “Toda empresa –puede leerse- necesita tres personas: Un hombre de negocios, un soñador y un hijo de puta”. Pues bien, dado que de los últimos andamos sobrados y que de soñadores tampoco estamos mal, me temo que tenemos un problema con los hombres de negocio. Se nos están marchando.

Por Manu Alvarez

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