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Ibon Gaztañazpi

Alakrana

La vida en el 'Alakrana'

Son las cinco y cuarto de la mañana y poco a poco comienzan a llegar los marineros al comedor principal del ‘Alakrana’. Aún no ha amanecido y es la hora del desayuno. Antes de que salga el sol, todos y cada uno de los 42 hombres que componen la tripulación de este conocido atunero de Bermeo tendrán que estar en sus puestos, preparados por si Jon Soto, el patrón, decide ordenar la primera largada de red del día. La mayoría irá a las cubiertas de proa y popa, otros se encerrarán para toda la jornada en la sala de máquinas y el resto desempeñará sus funciones en la cocina o el puente. Comienza el día en el ‘Alakrana’.

 

Tres toques cortos de sirena indican que el atunero anda rondando algún objeto con un banco de pescado debajo. Es el momento de lanzar al agua el ‘speed-boat’ o lancha rápida, bote cuya función es retener el cardumen de atún debajo del objeto mientras el barco realiza la maniobra de aproximación y cerco. En cubierta, los marineros se ponen a las órdenes del contramaestre, esperando que el patrón mande arriar la red. En cuanto este ordena «¡arría!» por el megáfono, se echa al agua la panga, una embarcación de siete metros de eslora con un motor de 1.500 caballos en cuyo extremo se fija uno de los extremos de la red del ‘Alakrana’. Su misión es sujetar el comienzo de la red mientras el buque rodea el pescado. Cercado el atún, mediante un sistema de cables y maquinillas hidráulicas, se cierra la red formando una bolsa y se trae el arte a cubierta. Una vez dentro del buque, los marineros de popa, mayoritariamente senegaleses y ghaneses, deben estibar la red para que en la siguiente largada salga a la mar sin enredarse.

Para terminar la maniobra queda salabardear el pescado y meter el atún en las cubas del parque de pesca, una tarea cuya duración depende del volumen de pescado embarcado. El lance íntegro de pesca, desde que se arría el ‘speed-boat’ al mar hasta que se cierra la última cuba, dura aproximadamente dos horas. En un solo día se pueden realizar hasta cuatro o cinco lances, pero también hay jornadas en las que la red no toca el mar.

El centro neurálgico

Ángel Diego, cocinero que lleva 35 años en el mar, en el ‘centro neurálgico’ del barco.

La cocina es el centro neurálgico y el alma del ‘Alakrana’, el lugar por el que a lo largo del día pasan casi todos los tripulantes. Siempre que la pesca lo permite, la comida se sirve a las once y media de la mañana y la cena a las siete de la tarde; a media mañana y a media tarde se preparan bocadillos para la tripulación. Ángel Diego es el cocinero. Lleva 35 años en la mar; en el ‘Alakrana’ desde su construcción, en enero de 2006. Por su pequeño universo, punto de trasiego y reunión, pasan todos; y a todos los conoce bien porque sabe lo que come cada uno de ellos.

En esta marea, en el ‘Alakrana’ conviven 42 personas provenientes de lugares tan diferentes como Indonesia, Madagascar, Ghana, Uganda, Senegal o España. Una de las labores de Diego consiste en diferenciar la comida para los marineros que profesan el Islam. «Son cosas de mi trabajo. Debo saber qué gente tengo para darle de comer y soy consciente de que en esta marea hay 17 musulmanes», señala el cocinero. Una de las particularidades del ‘Alakrana’ es que los platos del menú diario son iguales para toda la tripulación. «Aquí todos comen lo mismo, pero para los que no pueden comer cerdo o probar alcohol porque su religión no se lo permite, se prepara otro plato que, en realidad, luego lo aprovecha el resto», explica.

El hecho de convivir con gente de procedencias y culturas tan dispares no es un problema para el jefe de cocina. «Yo los miro como compañeros, no como marineros de otras razas. Por ejemplo, mi ayudante malgache y yo llevamos 20 años trabajando juntos. ¿Cómo no vamos a ser uno más el uno para el otro?», se pregunta Ángel Diego, quien argumenta que solo cabe hablar de dificultades de convivencia cuando existe desconocimiento o «se habla de oídas, aquí y en la calle». «Al conocer a la persona, desaparecen. Tenemos diferentes formas de pensar, pero, en realidad, ellos también nos enseñan muchas cosas», concluye.

Cañas de bambú

Entre los marineros de cubierta las tareas están repartidas a las órdenes del contramaestre.

El eje sobre el que gira la vida a bordo del ‘Alakrana’ lo marca la pesca. El resto de actividades, incluso la comida, son secundarias y en cualquier momento del día se puede ordenar largar la red. En ese momento, los marineros han de dejarlo absolutamente todo y acudir a cubierta. Durante el día, no obstante, hay muchos momentos en los que la red está recogida y el atunero navega de un punto a otro en busca de pescado. Durante esas horas no cesa la actividad a bordo.

Entre los marineros de cubierta las tareas están repartidas. Siempre a las órdenes del contramaestre, unos se dedican a realizar objetos de pesca con cañas de bambú y paños usados, y se encargan de las labores de mantenimiento. Al mismo tiempo, el resto de la marinería de cubierta hace turnos de media hora mirando por los prismáticos de largo alcance situados en el puente y en la cofa que se levanta 30 metros sobre el mar. Su misión es vigilar e intentar dar con cualquier pista que indique dónde se hallan los cardúmenes: un objeto, un ave, una sombra o un salto en el mar… Entre tanto, en la sala de máquinas, a más de 40 grados y lidiando con el ruido de un motor de 8000 caballos, dos oficiales y cuatro engrasadores velan por el buen funcionamiento de la maquinaria, también en turnos de guardia. En la cocina no hay relevos, pero la actividad es también frenética, sobre todo a medida que avanza la tarde y se acerca la hora de cenar.

Otro punto caliente del atunero es el puente. Un lugar lleno de tensión. Siempre en el puesto de control y rodeado por un sinfín de radares y sonares, el patrón Jon Soto no ceja en su empeño de dar con un banco de pescado al que poder cercar desde que amanece hasta que manda tapar los prismáticos y ordena retirada. El capitán, Marcos Nine, también está en el puente, ocupado en infinidad de cuestiones administrativas y colaborando en el rastreo del pescado. A su lado, el primer oficial se encarga de gestionar y hacer llegar al patrón toda la información que recibe a través de las radiobalizas que el ‘Alakrana’ ha ido soltando por el Océano Índico los últimos meses.

Llega la noche

Las campañas de pesca para los tripulantes duran alrededor de cuatro meses. En un periodo tan largo cunden también las horas muertas, los espacios en mitad del oceáno en que los hombres de la mar pueden descansar y disfrutar de su tiempo libre. Estos ratos de asueto llegan normalmente al anochecer, una vez que los marineros han cenado y se disponen a retirarse. Los marineros senegaleses e indonesios se reúnen con sus compatriotas en un solo camarote para rezar y ver películas. En el salón de oficiales también hay sesión de cine casi todas las noches. El resto de los marineros se retira a la soledad de su camarote. «Antes se hacían partidas de cartas, tertulias y se leía más. Pero como ocurre en la sociedad, en el barco somos cada vez más individualistas. Ahora todos tenemos nuestro ordenador en el camarote», cuenta Ángel Diego. Los que no pueden dormir la madrugada completa son los tripulantes que deben realizar guardias nocturnas. Habrá por lo menos un hombre de vigilia en el puente, en la máquina, en cubierta y en el puesto de seguridad.

Las últimas horas de la jornada son también el momento idóneo para llamar a casa. Todas las noches se forman colas delante del comedor, lugar donde se encuentra el teléfono vía satélite desde el que los marineros pueden hablar con sus allegados. Es la última imagen del día en el ‘Alakrana’ antes del día siguiente.

 

 

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